En plena temporada alta, Federico Sturzenegger volvió a encender el debate económico alrededor del turismo emisivo. El ministro de Desregulación y Transformación del Estado afirmó que los argentinos que vacacionan fuera del país “son los héroes de la producción” y planteó que el gasto en el exterior no debe leerse como un “despilfarro” de divisas, sino como un factor que ayuda a sostener la competitividad de los sectores exportadores.
El funcionario difundió su postura a través de redes sociales y la acompañó con un gráfico comparativo de comercio internacional. Su tesis parte de una idea central: los países que importan mucho también suelen exportar mucho, mientras que los que se cierran al comercio terminan con un desempeño exportador más débil. En esa lógica, el turismo emisivo —al demandar dólares— se integraría a un circuito que, indirectamente, empuja a generar más divisas vía exportaciones.
Sturzenegger argumentó que cada salida de dólares por consumos en el exterior exige que el sistema encuentre el modo de abastecer esa demanda, y que eso ocurre típicamente a través de exportadores. Según su explicación, cuando crece la necesidad de divisas, el precio relativo del dólar tiende a acomodarse y ese movimiento ayuda a que las actividades exportadoras no pierdan terreno frente a un peso apreciado.
En contraposición, advirtió que restringir importaciones o “aplanar” la demanda de dólares puede provocar el efecto inverso: menor presión sobre el mercado cambiario, un tipo de cambio relativamente más bajo y, con eso, pérdida de competitividad para el agro, la industria y los servicios exportables. Por eso insistió en que el turismo emisivo, lejos de ser un problema en sí mismo, puede operar como una variable que contribuye a sostener la capacidad de vender al mundo.
El posteo tuvo impacto político y económico porque apareció en un contexto sensible: en las últimas semanas se discutió con fuerza la magnitud del déficit turístico y su incidencia sobre las cuentas externas. A eso se sumó un cambio en la forma de medir los egresos por viajes y consumos en el exterior, un ajuste metodológico que reavivó la conversación pública sobre qué rubros deben computarse como “turismo” y cuánto pesa realmente esa salida de divisas.
Como suele ocurrir con estos temas, las reacciones se dividieron: hubo quienes celebraron el enfoque como una defensa de la apertura comercial y del funcionamiento del mercado, y quienes cuestionaron el mensaje por provocador, en un escenario donde el turismo al exterior crece y el consumo interno enfrenta restricciones.
