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Política

La ruta perdedora

¿Cómo pudo Alberto Fernández ser la cara de la agenda progresista? El interrogante debería apresurar más al propio movimiento que a sus detractores. Hubo un conveniente esfuerzo de la oposición por colocarlo a él en ese lugar y poco esfuerzo del resto del espacio por salvar la agenda

Alberto Fernández nota diario El País
Alberto Fernández nota diario El País

Alberto Fernández está cada vez más comprometido luego de ser denunciado por su ex pareja, Fabiola Yañez, por violencia de género. La gran cantidad de evidencia complica la situación del ex presidente a la vez que agrava la profunda crisis en la que se encuentra el peronismo desde el 2021.

Algunos, de rebote, atacaron al progresismo por la autoproclamación de Alberto Fernández como portador máximo de esas banderas. La denuncia no debería atacar el recorrido, la historia o las victorias del feminismo/progresismo o como quiera llamársele. La causa no se mancha. La pregunta es: ¿Cómo pudo Alberto Fernández ser la cara de la agenda progresista? El interrogante debería apresurar más al propio movimiento que a sus detractores. Hubo un conveniente esfuerzo de la oposición por colocarlo a él en ese lugar y poco esfuerzo del resto del espacio por recoger la dignidad de la agenda, quitando del medio el ruido que obstruía y degradaba las proclamas de igualdad de género, libertad reproductiva o mayor reconocimiento de las identidades de género.

La ampliación de derechos

La ampliación de derechos fue una bandera del kirchnerismo que incluso sus detractores reconocieron. La sanción del matrimonio igualitario marcó un hito cultural en relación al tema y se enmarcó en las reivindicaciones históricas del peronismo. Se adosó a una serie de conquistas, algunas simbólicas, otras materiales, que favorecieron a un relato épico de un peronismo omnipotente capaz de “mejorarle la vida a la gente” al tiempo que “amplía derechos”. En el medio se abroqueló con otro relato, el del “Estado presente”. Los cuatro años de Macri, se reconocen por su distanciamiento real y discursivo de esas conquistas. La expectativa para el regreso del peronismo/kirchnerismo en 2019, autofogoneada en la campaña por Alberto y por Cristina era que se pudieran conjugar los componentes: estado presente, ampliación de derechos y mejora de las condiciones de vida. (Apéndice para esta última consigna: si bien la mejora de la calidad de vida fue significativa durante la década ganada, la vara para medirla quedó muy atada a la capacidad de consumo de la población, a veces sostenido artificialmente y con un costo alto a futuro, y lo que fue hermoso será horrible después. Charly García Dixit). Ver más adelante.

Con esa expectativa a cuestas, el peronismo volvió prometiendo que iban a “ser mejores”, esto era: con las mismas banderas, pero corrigiendo los excesos como algunos vicios “autoritarios” o ciertos descalabros macroeconómicos. Alberto mismo declaraba que sus máximas diferencias con CFK habían sido por el cepo cambiario y la intervención del INDEC. En el plano de los derechos civiles, no había tanto disenso. Fernández era pañuelo verde y se mostraba a favor de las uniones civiles del mismo sexo. Una buena lavada de cara para el kirchnerismo que tenía una militancia con visión favorable al aborto, pero a una líder reacia a dar la discusión.

Rápidamente, la omnipotencia peronista quedó desmitificada. Pandemia mediante, el dólar (o la falta de ellos) se convirtió en un problema mayúsculo, ya lo era en campaña pero la imposibilidad de reactivar la economía agravó el problema. Pospandemia, la economía se recuperó pero la pobreza y la inflación fueron en ascenso y un fenómeno inédito en la Argentina comenzó a ocurrir: trabajadores registrados por debajo de la pobreza.

En medio de la tragedia que supone tener trabajo registrado y no llegar a fin de mes, vieron luz verde dos proyectos de una agenda progresista liberal: la sanción de la interrupción voluntaria del embarazo, por un lado, y el DNI no binario, por el otro. Buscando llevar agua para su molino, Fernández, carente de otras victorias, se colgó las medallas por ambos hitos. Acá cabe señalar una diferencia sustancial entre la “ampliación de derechos” de CFK y la de AF. En tiempos de Cristina, el matrimonio igualitario integraba una palestra de conquistas compuesta por estatizaciones significativas (YPF, Aerolíneas, AFJP), planes educativos (conectar igualdad), desarrollo científico (repatriación de científicos, ARSAT), entre otros. AF, con la economía yéndose a pique declaró estar orgulloso de “ponerle fin al patriarcado”. Insólito.

La pelea intestina desatada dentro del peronismo, según la propia Cristina comenzó antes de que AF asuma por una diferencia entre el tipo de cambio del final de la era macrista, con visibilidad pública a partir de las legislativas del 2021 llevó a que se fraccionen los consignismos. Alberto quedó solo en su lucha contra el patriarcado. Cristina se puso al frente de la lucha contra el lawfare o la Justicia, agenda de nulo interés público. En su afán de despegarse del presidente, realizó bastante esfuerzo por demostrar que un mayor gasto público era posible, pensando en la asistencia social o la inyección de plata en la economía para reactivarla, subestimando el déficit fiscal con comparaciones provenientes de un marco teórico flojo de papeles.

La oposición aprovechó la fisura y la ridiculización de Alberto, en gran parte autogenerada, deterioró también las conquistas en materia de género.
Al mismo tiempo, a tono con el mundo, comenzaron a radicalizarse posturas contrarias a “la ideología de género” (cosa que no existe como tal, pero es un invento reaccionario para englobar políticas progresistas y deslegitimarlas). Primero fue Bullrich quien, con su prédica pro mano dura, enarboló estas banderas, aunque contenida por un partido moderado en torno a algunos temas relacionados a derechos civiles, y luego Milei quien las llevó al extremo, armando un cóctel explosivo que incluía el derrotero económico y la ineficiencia del Estado.

No hubo respaldo robusto a la agenda progresista, tampoco acuerdo en el frente económico y mucho menos resultados. La llegada de Sergio Massa a Economía supuso el fin del poder de fuego de Alberto. A la luz de los hechos, de más está decir que ambos contendientes perdieron sus batallas y su guerra. La gestión de Massa fue de espanto: pérdida mayúscula de reservas, duplicación de la inflación y pobreza en aumento.

El trinomio, antes tan exitoso, ampliación de derechos, mejores condiciones de vida y estado presente se deslegitimó y con razón. No fueron pocos los que remarcaron la ironía que suponía hablar de ampliación de derechos al tiempo que la cantidad de trabajadores registrados pobres crecía y como resultado de esto se limitaban sus posibilidades. Pagaron justos por pecadores, el DNI no binario no impidió que los empleados tuvieran un sueldo digno pero la ridícula pretensión de épica propuesta por Fernández, en soledad, se lo llevó consigo al ostracismo.

Te salva el Estado no el Mercado

Al comienzo de la pandemia, se hizo fuerte la consigna “Te salva el Estado, no el Mercado”. La consigna tenía un sentido coyuntural fuerte durante los comienzos del tiempo covid. Los Estados del mundo estaban al frente del control de daños y en casi todos los países tuvieron un rol fundamental conteniendo la crisis. La discusión fue global pero en Argentina la pelea, como suele suceder, adquirió mayor intensidad.

¿Qué pasa cuando se pierde una discusión? ¿Se asume la derrota y se corrige el rumbo o se va hasta las últimas consecuencias? Tan solo unas preguntas.

Los defensores del Estado perdieron la batalla “contra el Mercado” antes de empezarla. Un vicio del progresismo, peronismo o kirchnerismo fue poner al Estado como una entelequia enorme, omnipotente, y a su defensa como un fin en sí mismo. De hecho, el Estado perdió contra sí mismo. Los manejos del Estado en la Argentina han sido fraudulentos, corruptos o ineficientes, eso lo deslegitima por sí solo, sin ninguna dicotomía contra el “Mercado”.

Tener un Estado fuerte puede ser el medio que un país encuentre para llevar adelante sus pretensiones de soberanía, fortalecimiento de su economía, libertad de sus individuos, o el fin que se plantee. De hecho, debería ser el fin de todo Estado, más allá de la discusión por mayor o menor intervención o una economía más o menos libre. Pero pedir por más Estado para que luego los cargos los ocupe gente sin preparación, designada en un toma y daca faccioso para hacer caja, mientras la economía se desangra, es la peor publicidad posible para una herramienta legítima como la intervención estatal.

Con el objetivo de cumplir con la conjunción entre más Estado y más derechos, Alberto Fernández pretendía ser reconocido por haber sido quien creó el Ministerio de la Mujer en la Argentina. De nuevo hay un error de concepto que daña a los defensores del Estado y a las reivindicaciones del feminismo, en menor medida y en términos simbólicos. Creer que las luchas se materializan a través de herramientas de gestión, únicamente, como una cartera más grande es un error. Creer que las ampliaciones de derechos se dan a partir de la firma de leyes o decretos, y no a través del acceso a mejores condiciones de vida, también lo es. No hay dicotomía entre las partes, una cosa no tapa la otra. El error radica en apalancarse sobre un elemento, simbólico, burocrático, subestimando la demanda material.

La mejora en las condiciones de vida

Se mencionaba antes que la mejora de las condiciones de vida fue uno de los caballitos de batalla más fuertes del kirchnerismo en su relato victorioso de la década ganada. De hecho, lo sigue siendo y con razón. Grandísimos sectores de la sociedad experimentaron niveles de consumo similares a los vividos durante el 1 a 1 pero sin el costo social que supuso el menemismo. Viajes al exterior, escapadas durante el año, televisores, heladeras, aires acondicionados, incluso autos nuevos, pintaron el paisaje de la época kirchnerista. También hubo primeras generaciones de estudiantes o graduados universitarios. Esa mejora de la capacidad de consumo corrió a la par de un relato de un Estado facilitador del mismo. Podría considerarse que el rol del Estado interventor en la historia del país ha servido para la reactivación económica o la contención de crisis. Ejemplo de esto son, por ejemplo, el subsidio al consumo (el Estado como financista a través el plan Ahora 12) o la asistencia social (Asignación Universal Por Hijo). Pero gran parte de la sociedad puso en duda que la mejora de su existencia se deba a un Estado o a un partido. Puede tratarse aparte si esto debe agradecerse o no a un Gobierno o un partido, no es el punto en este momento.

Con esa narrativa de Estado proveedor, el kirchnerismo-peronismo volvió al poder en 2019 y defraudó las expectativas de consumo que había generado. Un slogan de su campaña era: “el peronismo vuelve para llenarte la heladera”, o más o menos. El Estado en el mandato de Alberto Fernández no dejó de estar presente pero evidenció que las buenas intenciones y las políticas públicas son solo una parte en un camino hacia recomponer el ingreso de los ciudadanos. Es decir, volvió el Estado financista, de hecho no se había ido, pero no se fue la inflación y la capacidad de consumo igual se redujo.

Los tiempos fueron más adversos que los vividos durante el kirchnerismo. La década ganada contó con el apalancamiento de un contexto internacional favorable, región progrefriendly, precios de commodities altos. El albertismo atravesó una pandemia, una guerra, una sequía y la deuda más grande de la historia del FMI. Hubo tímidos esfuerzos de actores en la discusión pública para cuestionar si la clase media debe viajar al exterior o no, si debe pagar más de tarifas de luz, gas y aguas, y más en un momento tan crítico para la Argentina. Pero Alberto, más afín a esta idea, no se animó a discutir con fuerza contra Cristina, contraria a estas ideas de ajuste, sinceramiento, sintonía fina, cómo quiera llamarse. Nunca hubo acuerdo político en torno a esto. Guzmán, propulsor de estas ideas, fue limado, renunció a su cargo para que luego venga Massa y deje a todos contentos. Es decir, subsidios al consumo (continuación del PreViaje), aumento de tarifas. Ajuste + gasto. Un verdadero degenerado fiscal como diría el presidente.

Sin abroquelamiento detrás de un rumbo, sin docencia para reeducar a la población sobre finanzas o ahorro como en los tiempos de Cavallo, el estado de las cosas siguió. Vamos viendo. Como se observó en los apartados anteriores del trinomio, los componentes se comieron entre sí y se fueron degradando.


Golpe sobre la mesa

Para salir de la bruma que suponen el escándalo de un ex presidente denunciado por violencia de género, la debacle económica del último gobierno y la intempestiva pelea a cielo abierto entre las partes, el peronismo deberá dar un golpe sobre la mesa. El golpe no puede ser un manotazo de desesperación a lo De La Rúa con Mariano Grondona, debe ser rudo, genuino, espontáneo desafiante con el presente y lo que propone el modelo libertario y con el pasado a sabiendas de sus propios errores. El sacudón requiere que se señalen culpables, se repartan culpas, sin necesidad de linchamientos públicos, a la vez que necesita de mecanísmos institucionales que permitan un monitoreo del rumbo, si lo hubiera.

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